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jueves, 5 de septiembre de 2013

EL FINAL DEL VERANO O LA OBLIGACION DE RESCATAR EL DESPERTADOR

Los de mi generación (año más o año menos) al leer el título de esta entrada, habrán comenzado a oír en su interior a Manolo y a Ramón en un tono, entre lacrimógeno y desesperado, evocando las primeras nubes que surcan un cielo aún azul y a un millón de sentimientos que se quedaron en stand-by al borde del mar tras largos paseos con pies descalzos sobre arena mojada.

Todos los años pasa lo mismo....hemos vivido durante días y semanas en un bonito sueño que sabíamos que no se prolongaría mucho más, pero que, a base de no ver su final de forma inmediata, terminamos creyendo que al fin sería duradero a pesar de lo que la razón nos vociferaba a grito pelado. Hemos llegado, no solo a desear, sino a confiar en que, esta vida veraniega de "dolce far niente", de languidez en las siestas y de mirar un cielo despejado y luminoso, podría haber llegado esta vez para quedarse para siempre.

Pero la primera tormenta de Septiembre llega tarde o temprano....preparar la ropa que debes llevar a la oficina al día siguiente...desempolvar los papeles que te trajiste para echar una ojeada por si te aburrías demasiado.... o volver a conectar la alarma del despertador, se convierten en esa pesada y triste tarea que una noche de domingo te tienes plantear realizar a pesar de que tu mente lo ha intentado postergar durante horas.

Te has levantado casi angustiado ese mismo día, con plena conciencia de que ese será la última jornada de absoluto dominio de tu voluntad en mucho tiempo..siendo positivos sabes que pasarán unos 11 meses hasta que vuelvas a sentir en tus pies el cosquilleo propio de esas tremendas ganas de volar libre y sin lastre bajo un sol radiante que todo parece inspirar y encender. Te planteas aprovechar el día al máximo haciendo por última vez todo aquello que te ha dado tanta satisfacción durante el periodo estival...pero somos consecuentes con nosotros mismos; ya sabemos que eso es imposible...este día pasará de forma gris y estática mientras nuestra mente prácticamente ocupará todo el tiempo con recuerdos en vez de acciones.

Es un día de reflexiones...de enumerar y de evocar todas aquella cosas que debiste hacer para que ese periodo de tiempo fuera aún más intenso...en las pérdidas tontas de minutos decidiendo entre sorbete o helado...entre playa al amanecer o quedarte ronroneando en la cama hasta tarde...eligiendo entre viajar a un país muy lejano o visitar el barrio de al lado que estaba en fiestas. 

Decía un gran sabio que, cuando intentamos retener la arena en la mano, a medida que la cerramos con fuerza para que no se escape, con más rapidez se fugará entre nuestros dedos...que para retener algo que queremos es mejor abrir la mano y dejar que ésta abarque solo lo que sus dimensiones pueden detener juntando con fuerza los dedos. 

La experiencia me dice que, aprietes con fuerza o dejes la mano relajada...la tierra se termina deslizando entre cualquier hueco lo suficientemente grande para que quepa un grano. Al final nuestro destino es entender que la arena no se puede mantener "in eternum" sobre tu piel a no ser que tengas ésta mojada....y, en este caso, tan solo la podrás retener un instante más de lo normal.

El verano se va....a veces dura unas semanas...otras dura desde el 9 de septiembre hasta el 23 de Junio del año siguiente...en ocasiones hasta me han durado 8 años dulces....otra una eternidad desesperante que en términos de tiempo real solo se extendían horas. Porque, igual que todo lo que nos pasa muy por dentro, el tiempo llega a ser muy relativo...acortándose hasta los nanosegundos cuando se está gozando...o alargándose hasta infinitud cuando nuestro corazón sufre en la nostalgia y los deseos no satisfechos.

Pero lo que si he constatado es que, a medida que los años vividos van sumando arrugas alrededor de mis ojos, el estío se acorta gradualmente. Quizás esta sensación me la provoca una trampa de la memoria que me hace percibir los veranos de la infancia como interminables y llenos de miles de fechorías conseguidas...de besos furtivos tras una esquina solitaria o de millones de risas sonoras guardadas en el fondo del alma.

Ya ha pasado....y lo voy a echar mucho de menos durante bastante tiempo; recordaré con melancolía las miradas lánguidas y perdidas entre las rendijas de la ventana abierta...o como mis pies descalzos pisaban el suelo de madera de la habitación sin acordarme siquiera de que existían los zapatos. Pasarán meses hasta que deje de morderme los labios recordando el placentero sabor a sal que queda en ellos al salir del mar.

La verdad es que un verano dura lo que dura y, por desgracia, esta máxima es innegociable por mucho que esta vez hubiera deseado alargarlo, como mínimo,  un par de siglos más.








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