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martes, 11 de junio de 2013

LA MELANCOLÍA DEL STRADIVARIUS QUE DESEABA SER PANDERETA

Estoy cansado de esperar el fin de los tiempos guardado en un estuche de cuero negro y terciopelo rojo...siempre escondido de las alegrías de otros y esperando a ser tratado, no solo como un tesoro intocable, sino como un objeto con aptitud de dar satisfacción con sus cuatro cuerdas tensas y dispuestas a lanzar al viento acordes emocionantes.

Siempre se repite la misma historia; ver que alguien abre este compartimento que me sabe a sarcófago...de oír alabanzas al color de mi madera, a las lineas sinuosas y perfectas de mi caja de resonancia....de sentir que se puntean mis cuerdas y se acarician mis clavijas como si el deleite de hacerlo fuera supremo; un verdadero éxtasis.

Y que al final de la inspección...tras mil elogios a mi perfección y belleza, vuelven a cerrar la tapa por el miedo a estropearme de unos, y por la humildad  de otros al creer, estúpidamente, que no merecen ni mirarme por lo valioso que soy.

Y todos mis arpegios guardados, o esas notas cuidadosamente escondidas que espero mostrar a quien sepa apreciarlas de verdad, andan ahí oxidándose, desafinadas entre mis sinuosos labrados en la madera. Cuanta soledad sufrida por el empeño de perfección derrochado por mi hacedor!.

Clausurado en mi lujoso féretro sueño a veces, (infeliz de mí  por soñar lo imposible), que un día de primavera, la cadencia de una hermosa melodía salida de mi ser, vuela armoniosa por el aire enredándose entre pétalos de cerezo y mariposas caleidoscópicas que juegan a ser flores flotantes que cabalgan sobre rayos de sol.

El arco destensándose...las cuerdas sucumbiendo a la inactividad forzada a la que mi tasación me ha condenado...y yo oyendo a lo lejos el alegre cantar de los niños que jubilosamente tocan una pandereta gastada y ruidosa. 

Imagino el alma de ese humilde instrumento..radiante y gozoso...disfrutando de las canciones infantiles que con gritos divertidos elevan su sonido por encima de árboles y tejados...¿hasta dónde llegará la alegre resonancia de su percusión?...qué alborozo el del aire al vibrar a cada repiqueo de dedos sobre su parche...qué placer con el  movimiento trepidante de sus sonajas.

Y aún cuando la edad de sus dueños las deja olvidadas en un baúl entre ropas ajadas y muñecos tuertos, llegando Navidad, un soplo de memoria las recuerda afectuosamente para rescatarlas y volverles a dar la vida. Pasan de mano en mano, son acariciadas y apreciadas....quedan como una hermosa herencia traspasadas de padres a hijos o de abuelas a nietas; un legado de recuerdos felices sobre canciones, miradas brillantes y algarabía de reuniones familiares.

Mientras, mi amo y señor, el que pudo malgastar su fortuna para adquirirme, me exhibe en una urna de cristal cerrada con alamas sofisticadas que atenúan un poco su miedo a perderme...pero ni una sola noche viene a mi para pedirme mi música; apenas si me toca...ya no me premia con su entusiasta mirada...y si lo hace, no es sino para comprobar que continuo siendo la valiosa propiedad de este Otelo celoso, dispuesto a matar a quien ose siquiera desearme.

Son  muchas ya las generaciones que de igual forma me han tratado...orgullosas de mi posesión pero incapaces de sacar de mis entrañas el fruto para el cual fui concebido. Añoro a mi creador que, con inmensa fruición acariciaba mis cuerdas con el arco para arrancar de mi interior esas notas que sólo yo soy capaz de dar. Lloro con tristeza sus manos acariciando la madera de mi cuerpo y susurrando extasiado que mi perfección embelesaría  a cualquier músico.

Si pudiera oírme ahora...si pudiera volver atras en el tiempo al momento de mi nacimiento...con qué ahínco le gritaría que preferiría mil veces ser convertido en una sencilla y aprovechada pandereta!




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